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miércoles 08 de junio 2016

Esas fiestas a las que hay que ir

Santiago Estrella
@santiaestrella

Mis orígenes tardíos en el periodismo deportivo coinciden con el debut en Liga Deportiva Universitaria de Franklin Salas y Paúl Ambrosi, en el 2000. Y ahora que los dos se retiran formalmente del fútbol, queda solo apelar a la memoria, a esos buenos tiempos en que Salas se convirtió en 'el mago', en el mayor referente que tiene Liga después de Polo Carrera. 


Para ambos hubo un tercer jugador, el de la experiencia, el del talento, el que organiza el juego: Álex Escobar. Pero este fue su maestro y el que les ponía las bolas. Siempre he pensado que el clásico 10, como lo era Escobar, debe gritar en la cancha "hazte famoso" al dar esos pases culminantes. 

Y Ambrosi y Salas se hicieron famosos gracias a Álex. Pero ambos fueron quizá la mejor -y última- dupla futbolística que he visto, solo comparable con la tripleta del medio campo que tenía El Nacional en los 70 y 80 (Luis Granda, Carlos Ron y José Voltaire Villafuerte). 

Ciertamente Salas será el ídolo mayor. Tenía un talento del que solo podía quedar la envidia. Imagino a los niños de esos años relatando sus propias jugadas diciendo que eran 'el mago', ese apodo que le puso Pancho Moreno

Pero Salas no sería lo que fue si no era por Ambrosi, así como Villafuerte no habría sido 'la maravilla' de no ser por Carlos Ron y Luis Granda. Salas requería de ese lateral que supiera trepar a la velocidad con la que necesitaba transportar la pelota. Ambrosi estaba ahí donde lo requería. Ver a los dos era la verdadera magia. 

Ya han pasado 16 años de esos primeros partidos. Y si bien aparecen grandes jugadores en el fútbol ecuatoriano, nada es aún parecido a esos dos. Los tiempos son otros, el mercado absorbe a los futbolistas como materia prima. Ambrosi y Salas vistieron casi toda su carrera el uniforme blanco (tuvieron pocas y breves salidas al extranjero sin mayor repercusión). Pero acá fueron ídolos. Y ese es motivo suficiente para llenar el estadio de Liga el sábado en el partido de despedida. 

Fue un placer mirarlos jugar. Fue un placer haber escrito muchas crónicas de sus jugadas. Y se los extrañará, por cierto.